lunes, 23 de marzo de 2020

El musical de un corazón roto


Está todo oscuro. Se abre el telón. Se ilumina el escenario y en medio hay una chica, yo, está sentada con las piernas cruzadas en el suelo. Pone mala cara y se abofetea. El maquillaje se le escurre por toda la cara. Está llorando.

Desearía que pudiéramos volver y recordar por qué luchábamos
Desearía que supieras que te extraño tanto que ya ni estoy molesta





Confieso que he pecado mucho de palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grande culpa.

Amigues, ya sé que la última vez que escribí de esto, de ella, (que fue hace como dos o tres meses) dije que no lo volvería a hacer. Que enterraría todo ese asunto. Y sí, amigues, lo hice, al menos lo intenté. Me he mantenido al margen, borré nuestras playlists y nuestras fotos y todo eso. Me he mantenido al margen, me he esforzado.

Sí, a veces tUITEO demasiado de ella, y seguro si me leen por allá también se han dado cuenta. "Es tiempo de avanzar" dicen. Sí, yo sé que sí. La cuestión es que ya me planteé eso y siento que sigo estancada en arenas movedizas: Mientras más me muevo para superar esto, para olvidarla, para estar mejor, más la extraño, más pienso en ella, y más me frustro y me pongo triste.

He pecado. Me he vuelto a poner en riesgo. Hace algunas semanas la busqué por feisbuck y la stalkeé.



Se levanta, yo, y camina hacia una esquina del escenario. Arrastra al centro un cofre viejo y pesado. Parece bonito pero está sucio por el polvo y huele a oxidado. Empieza a sacar un montón de fotos, libretas, suéteres, discos. La mayoría de ellos están quemados pero aún sirven.


Cuando me preguntes cómo estoy
Te diré que estoy bien
Porque sé que debería estar deseándote lo mejor
Pero yo desearía que nunca nos hubiéramos conocido





No encontré mucho, la verdad. Ella casi no usa redes sociales y si aún conserva facebook es por razones de peso. Aún así no somos amigas, así que incluso aunque publicara una o dos veces a la semana no lo sabría, no puedo entrar. Veo la foto que tiene de perfil desde el 2017, de cuando nos graduamos de la carrera. Está sonriente y maquillada y con el cabello alaciado. Se ve bien.

No puedo recordar cuándo fue la última vez que la vi y es chistoso porque ¡Viví con ella! Viví con ella todo un ciclo escolar. Nuestros cuartos estaban a unos metros de distancia, compartíamos baño y cocina. A PESAR DE TODO ESO no pudimos evitar separarnos. Yo ya sabía, creo que siempre lo he sabido.

Sí recuerdo cuándo la vi por primera vez y lo primero que pensé de ella y creo, muy honestamente, que ella también vio el final cuando hablamos en un inicio. ¿Lo hubiéramos evitado aún así? ¿Debería arrepentirme, debería desear nunca haberme cruzado en su camino? ¿Debería desear regresar el tiempo para cambiar las cosas en que se fueron dando las cosas?

Pienso mucho en eso y me siento culpable. Quiero desear nunca haberla conocido, nunca haberme acercado, nunca haber permitido que se acercara pero si eso fuera cierto, estaría cerrándome a una de las experiencias más increíbles, mágicas y reales que he vivido en mis pocos años de vida.

¿Eso significa que debo pagar por lo que viví? ¿Es el dolor el precio? ¿Es así siempre con todo y todes?


Recoge cada una de las cosas que sacó del cofre y las pone en un cesto, en medio del escenario. De su bolsillo trasero saca una caja de cerillos vieja y desgastada, saca un cerillo, lo enciende y mira la flama. Sonríe un poco, le tiembla la mano, el humo casi inexistente le dibuja un velo de misterio en su rostro. Tira el cerillo encendido dentro del cesto para quemar las cosas. El humo incrementa. 


Estoy harta de odiarme por sentir






Me siento confundida y no sé qué hacer. No sé cómo sobrellevar esto. Si fuera mi novia, estaría dos o tres meses borracha llorando, conociendo gente de Tinder, compartiendo frases motivacionales y toda esa mierda. Si fuera mi amiga, estaría un par de semanas agüitada, triste, sin querer hablar con alguien y eventualmente regresaría a la normalidad. Me quejaría un par de veces con mis amigues y elles asentirían, me dirían "Qué bueno que ella no es tu única amiga". Conocería a más amigues por internet, en la calle, en mi trabajo, en donde fuera.

En cualquiera de los dos casos llegaría alguien. Siempre llega. Me ha pasado muchas veces. ¿Es que ésta vez es tan diferente?

Cuando me escribió en enero para romper conmigo me puse una pedota esa misma tarde. Fui a un parque y me puse a llorar sentada en una banca mientras la música -que ya ni distinguía una mierda de nada- se escurría por mis audífonos. Ese día me vi con un amigo. Y la verdad poco recuerdo porque sí estaba muy borracha y muy triste.

Lloré ese día y al día siguiente y la siguiente semana. No me di cuándo dejé de llorar y tampoco cuándo pude volver a escuchar música.

Todavía siento esa presión en mi pecho que sentí cuando me mandó alv, cuando dijo que era mejor para las dos si continuábamos nuestros caminos separadas. Cada día es menos pesada, eso sí, pero sigue.

Hay días, como en estos últimos, en que no hay tanta diferencia entre la presión de enero del 2019 y la presión de hoy.



Se apagan las llamas dentro del cesto y la chica, yo, levanta el cesto del suelo y lo lleva al cofre. Deposita los restos dentro y vemos que las cenizas que esperábamos ver son pocas y son azules. Las cosas parecen casi intactas, si acaso tienen partes quemadas. La chica, yo, tira el cesto al fondo del escenario, enojada. Suspira, se sienta y mira el cofre. Recarga su cara en las manos y vuelve a suspirar. Se le escapan las lágrimas.

Tal vez si hago que me ames
Entonces tú puedas hacer que me ame
Pero si no puedo hacer que me ames
Entonces los odio a todes





Hay mucho de por medio, lo sé. ¿Es amistad o amor lo que sentías por ella, Charlie Marian? Mis amigues y absolutamente cualquier persona que sepa de la historia me lo cuestiona. Por mucho tiempo también me lo cuestioné seriamente. Llegué a la conclusión con la que me voy a ir a la tumba -al menos eso espero- que lo que siento, sentía por ella no era romántico. Tampoco era de amistad. No sé qué era, no sé cómo llamarlo, ni siquiera sabía que existía y por eso mismo no supimos manejarlo.

Pero hay más, además de mis sentimientos confusos y nublados y grises. También está mi vanidad y mi ego, heridos hasta lo más profundo, porque yo pensaba que ella era la mejor persona del mundo y ser amada y ser considerada la mejor amiga de alguien así me llenaba de orgullo. También mi autoestima, ella me hacía sentir al menos un poco menos sola, y aceptada con todas mis cosas buenas y cosas malas. También mi tiempo, mi dignidad, mi chamarra color crema favorita, mis canciones tristes, mis chistes raros, nuestra química sáfica platónica. Mi cuerpo y mi confianza. Mi vodka y todas las cosas malas que me pasaban y que sabía que ella escucharía así fueran las cinco de la madrugada.

Y ahora nada de eso está. ¿Adónde se fue? Y entonces llegó su carta en mi cumpleaños, en abril del 2019.


Cierra el cofre, mira el candado en su mano y duda pero al final no lo pone. Empuja el cofre de regreso a su lugar y deja el candado encima. Regresa al centro del escenario, da un par de vueltas de carro y después se queda tirada en el suelo. En el fondo y creciendo en tamaño y luz se acercan las cosas que dejó en el cofre. Un ruido ensordecedor nace desde atrás. Ella se tapa las orejas.


Sí, te hice daño
Y tú me hiciste daño
Hicimos algunas cosas de las que no podemos regresar
E intentamos arreglarlo
Pero sólo lo rompimos más
Así que supongo que hay cosas que no están destinadas a durar




Primero fue un whats, a eso de las nueve de la noche. "Espero estés bien, DTB, te quiero mucho". Luego de cuatro meses incomunicadas, y luego de que me dijo que era mejor estar separadas, me escribe que me quiere mucho, que feliz cumpleaños.

A las once de la noche me llega una carta de ella. "Creo que te debo algunas respuestas", dice o algo así.
Me explica que cuando me dijo que le gustaba en primer semestre era por mera estrategia, por curiosidad, no que fuera cierto. Ok, lo entiendo.

También me dice que confundió sus sentimientos, que no sabía qué tanta amistad y qué tanto amor sentía por mí. Que le dio miedo. Que quiso poner distancia porque no sabía cómo reaccionar, cómo manejar todo aquello. No ok, no lo entiendo.

Cruzamos esa línea. Y yo pensaba, casi aseguraba, que era platónico este asunto y por eso me sentía tan cómoda y tan en libertad con ella. Porque pensé que era un sitio de confianza. Ella no se iba a enamorar de mí, eso significaba que podía ser yo a mi antojo.

Cruzamos esa línea y yo no me enteré y no supe qué hacer y sólo respondí que agradecía su honestidad porque yo sé lo mucho que le costaba ser vulnerable. Sin embargo y con el panorama limpio y claro, no entendía estas ganas de llorar.



Tiene que gritar para ahogar el ruido y en algún punto se queda todo en silencio y se apaga el único reflector sobre ella. Después de unos segundos enciende un cerillo y luego otro y luego otro. Todos se quema muy rápido.


Y yo sé y tú sabes
cómo se cuenta nuestra historia
Sólo nosotras sabemos lo que es
Tenemos a un público que nos llama locas

Me he acostumbrado, no me malentiendan. No es un malestar que inició en el 2019. Empezamos a tener problemas desde los primeros meses en que nos conocimos así que siempre ha sido así. No somos disfuncionales ni somos tóxicas. Tampoco somos violentas o culeras. Sólo no sabíamos lo que teníamos, y creo que nadie a los 24 y mucho menos a los 18 podría saberlo.

Por tanto tiempo he experimentado esta tristeza y esta angustia y este dolor por ella y su vacío que aprendí a saborearlo, hasta lo disfruto.

Por tanto tiempo dejé que esa tristeza que me provocaba su rechazo y su miedo, su cobardía y su no-correspondencia me definiera, ¿Quién seré si la olvido y dejo fluir toda esta ruptura?


La chica, yo, se ha quedado con tres o dos cerillos. Mira la cajetilla vacía y la tira al suelo. Mira a su alrededor, preguntándose qué podría prender en fuego para no quedarse en la oscuridad. Recuerda el cofre y vuelve con paso decisivo y cuando está frente a él, duda, tiembla, vacila. Saca el último cerillo y lo mira con miedo.


Me dejas en pedazos y te juro, lo vale siempre
Y ni siquiera te pasa por la mente







¿Siquiera vale la pena esa Charlie Marian? ¿Lo vale?


Enciende el cerillo con la uña y luego quema el cofre. El chasquido de las llamas lamiendo aquel objeto, protector de los recuerdos, incrementa y toma ritmo, se vuelve una armonía. La chica, yo, se queda sentada cerca, rodeada de oscuridad y sólo conservando calor y luz a través de los recuerdos ardiendo.

Sé que olvidarás que dije eso
Si digo que me quedaré




Lo vale




FIN


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