viernes, 24 de abril de 2020

Lo que desearía haber sabido cuando ella me besó

No entendía lo que sentía hasta que escuché una canción de Cómplices al Rescate (Sácame a Bailar), porque antes de que alguien más pusiera mis sentimientos en letras y armonías, yo pensaba que lo que sentía por mi amiga era ~normal~. Normal en el sentido de que era amistad, una amistad sincera y natural.

Yo no sabía que no era normal en una amistad que las manos me picaran por la ansiedad de tomarle la mano, de correr por toda la escuela, toda la calle, todo la ciudad, todo el mundo, jugar, estar con esa persona para siempre, de acercarme muy cerca, cada vez más cerca, que me diera curiosidad tocar su cara, de oler su aliento, de sentir su corazón palpitar.

Belinda y esa canción me sacudieron hasta la médula. Yo quería bailar con ella en cada fiesta de la primaria que había pero nunca lo hice. Me sentía incómoda de sólo pensarlo. "Dos niñas no pueden bailar juntas, se ve mal" pensaba. Y no entendía por qué sentía eso ni por qué pensaba así.

"Desde ese día nos enamoramos
Y ahora nos queremos más"

Yo la quería mucho y quería hacer mucho con ella: Quería jugar con ella, quería bailar con ella, quería estudiar con ella, quería comer con ella en el recreo y en su casa, quería ver la tele con ella, quería ir al parque con ella, quería hacer mi vida con ella. Y ese cariño, que yo ingenuamente llamaba amistad, me hacía sentir mariposas en la pancita.

No fue sino hasta años después que pude procesar mis sentimientos como algo más. Tenía seis años y me gustaba mucho mi mejor amiga. Me gustaba en el sentido romántico.


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A partir de entonces enterré esa parte de mí entre capas y capas de admiración, silencio y muchas artimañas para enamorar a mis compañeros para hacerlos mis novios y que nadie nunca sospechara lo que sentía por ellAs, las chicas.

Pero no era que todAs las chicas me hicieran sentir así de provocada, de hecho no lo volví a vivir hasta la preparatoria con otra de mis amigas. Pero la verdad latía dentro de mí y saber que existía esa ~posibilidad~, de que me iba a volver a interesar románticamente por otra chica, me incomodaba mucho y le rehuí por mucho tiempo.

Me obsesioné con Lucas Grabeel (HSM) para no admitir la mucha curiosidad que sentía de tocar a su compañera de reparto, Vanessa Hudgens. 

Me metí de lleno al fandom de los Jonas Brothers y coloqué pósters de ellos en mi cuarto, compré libretas con sus caras, escribía sus nombres en todos lados y hasta me compré una bolsa con ellos en trajes y micrófonos impresos. 

Cuando cumplía dieciséis años y cursaba el tercer semestre de la preparatoria, un retortijón en mi estómago apareció: 
Mientras me escapaba de uno de los chicos más populares de la escuela porque aparentemente le gustaba tocarme, empecé a preguntarme qué se sentiría besar a una de mis amigas.

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Mis sentimientos por ella, mi amiga de la prepa, fueron escalando poco a poco conforme nuestra amistad se profundizaba. Mientras más tiempo pasábamos juntas, más quería saber, quería conocer, quería tocar.

A los dieciséis años estaba confundida por muchas cosas: No sabía qué carrera estudiaría, no estaba segura de si pasaría la clase de química siquiera, no sabía nada de amor.
Lo único de lo que no dudaba era mi sexualidad. Incluso sin saber nombrarme, yo sabía que no era heterosexual, yo sabía que mi atracción romántica y sexual a las personas iba más allá del género. Su género, su presentación, su biología me era tan relevante como el saber la marca del calzado que usaban, la música que les gustaba, los sueños que tenían.

No era lesbiana, ya me había enamorado de un chavo en el pasado, pero tampoco era bisexual porque eso daba por entendido que me ~atraían~ los géneros de manera inconsciente. 
Me negué a usar una etiqueta y seguí escribiendo poesía para la amiga que me gustaba y deseaba besar en las clases aburridas.

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A los 17 años salí del clóset con mis má-pás. No les dije cómo me nombraría, simplemente expliqué cómo funcionaba mi sexualidad y aunque en un inicio se quedaron perplejxs, lo entendieron y para mi suerte lo aceptaron.

A los 18 años, cuando iniciaba el primer semestre de la carrera, me enamoré de una chica y ella de mí y nos hicimos NOVIAS.

Hubieron muchas cosas que se interpusieron, nuestras circunstancias no eran las ideales y terminamos poco después. 

Y, por casualidades de la vida, un mensaje a mi ask llegó. Un mensaje anónimo que después se volvió firmado.

Una chica de grandes ojos azules que -casualmente- vivía en mi ciudad me contactó, me leía por twitter y tenía interés en conocerme.

Y SALIMOS.

cancion de bienvenida realidad (distintos) mariana y vanessa - YouTube




La primera vez que me besó, tuve tres pensamientos: "¡Wow!", "Ojalá nadie nos haya visto" ":3"


Me di cuenta, tiempo después -yo siempre me doy cuenta tarde de las cosas, perdón por ser autista-, que esos pensamientos, específicamente esos tres, me han perseguido desde que viví mi primera atracción hacia alguien de mi mismo género.

La emoción, la suavidad de la piel perfumada de aquellas chicas, el cabello largo y los labios pintados o por lo menos brillosos por el gloss de frutas, la sangre hirviendo en mis venas, las mariposas en mi estómago que se estrellaban contra mis órganos para salir, que luchaban por desgarrarme por dentro y ese calor que emanaban desde sus corazones, sus mentes, sus manos.

El terror, mi lgtbfobia que hasta la fecha vive conmigo, muy dentro de mí, la vergüenza, el miedo, la angustia. ¿Qué va a decir de mí la gente que me quiere? ¿Podrá aceptarme, le valdrá madres, o me odiarán, les daré asco o me protegerán?

Y las diferencias palpables, la tranquilidad distinta que vivía con ellas. No estaba a la defensiva todo el tiempo, confiaba en que ellas no me atacarían sexualmente, no me golpearían si me negaba. No eran invasivas, no me sentía presionada, y la comprensión, que constantemente se me pregunte si estoy de acuerdo o no. 


liz gallardo | Tumblr




La última vez que me besó una chica, un mes después de haber empezado a salir y en la última cita que tuvimos, paseando por la ciudad, tuve las mismas sensaciones físicas que sentí la primera vez, a diferencia de que ese anochecer, el miedo pareció desvanecerse poco a poco, como la cera de una vela que se derrite. 

Llegué a la conclusión de que el miedo que sentía por vivir mis atracciones sáficas se iría mientras las viviera, no encerrándome a mí misma en un clóset, no negando mis sentimientos, ni siquiera poniéndome mi camiseta de la bandera gay. Viviendo y aceptándome a mí misma. Un paso a la vez, pues.



Lo que desearía haber sabido cuando ella me besó es que es parte de mí, de lo que soy. Que no está mal. Que merezco amor de quién yo elija y me elija a mí. Que vendrán tiempos mejores. Que un día podré existir sin que me estén chingando por tener novio, novia, novie o no tener. 



FELIZ DÍA DE LA VISIBILIDAD LÉSBICA <3 





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